Así, como el pino
resisto
el golpeteo de las gotas de lluvia,
los potentes rayos del sol de verano,
la embestida del viento,
las tormentas más devastadoras,
los truenos,
el granizo.
Todo lo resisto.
Y sigo.
Y aunque tantas veces mis propias ramas
se agiten,
padezcan, pierdan parte de su fuerza,
otras, gozo, indeciblemente,
con las mullidas caricias de la llovizna,
las gotas del rocío,
en esas noches inolvidables,
el tibio sol,
irreemplazable abrigo en los días helados;
o me invade, por sorpresa, la magia de luna,
hasta hipnotizarme.
Como sea,
como se de,
sigo en pie,
igual que el pino.
No importa si el agua proviene
del cielo,
o de la canilla -y sabe a cloro-,
-lo mismo, el pino-.
De un modo u otro,
resisto.
Sigo creciendo, intentándolo,
a veces, se me ve decaída,
-también, al pino-.
Pero no se engañen,
siempre logro emerger,
renovar, reverdecer;
de pronto, vuelvo a ser la misma,
o mejor, quizás, mejor.
Brindo mi oxígeno,
mi frescura,
mi aroma,
sin esperar
retribuciones,
al igual
que el pino.
Derramo, aquí y por todas partes
ese caudal, inmenso, de palabras,
intento trasladar a otros mi optimismo,
mis ganas,
desde mi decir;
confío, cada día,
en un nuevo empezar;
-aunque, últimamente
no me preocupa ni ocupa
demasiado-.
Elijo vivir el hoy, el ahora.
O no elijo,
simplemente soy, estoy.
También, el pino.
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