Un sueño,
uno solo.
¿El mismo?
quizás.
Con el tiempo
hay vivencias,
actitudes, pensamientos
que cambiaron
y siguen cambiando.
Y está bien.
La cuestión
es que ese sueño me mantiene en vigilia;
me persigue
día y noche,
me atormenta
aun, en mis actos más simples;
me ilusiona
y desilusiona
al mismo tiempo.
Mi sueño
es mi sostén,
mi aliciente,
un sentimiento convertido en idea
que me impulsa a levantarme,
a seguir insistiendo,
a seguir.
También,
la mano que me hunde
una mentira que exhibe
lo que no va a sucederme;
la voz, el susurro
que tienta
para, enseguida, esfumarse;
mi sueño,
ese sueño
no va a dejarme;
apenas, si sirve
para que escriba sobre él,
para que la creatividad
no se extinga;
disparador certero de tremendas emociones,
contenidas, incontenibles;
ansias
que en vano,
esperan ser apaciguadas;
mi sueño
es, además, mi peor pesadilla.
Pero no podría
abstenerme;
no soporto el tedio,
el repetir esto, lo otro,
lo demás,
día tras día;
¡no puedo vivir
sin ese sueño,
como se de, como se presente!
cuando pienso en mi sueño,
-es decir, casi todo el tiempo-,
puedo imaginar que lo estoy viviendo
¿por qué no?
aquel gran poeta decía
que la vida es sueño;
tal vez, no se trate simplemente
de una experiencia onírica;
es probable
que toda mi vida esté
vorazmente asida
a ese sueño,
¡mi bello, abrumador, sueño!
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