jueves, noviembre 14, 2019

Escapes

Cada uno carga
con sus tristezas,

-a veces,
la valija es demasiado pesada-;

las lleva
de aquí para allá,

si se está atento,
se perciben,

se siente eso raro
en el estómago

¿o se trata del corazón?

¡Y las miradas!

apenas, dos palabras
y unos ojos diciéndolo todo,

si se sabe ver,
si se desea ver.

El caso es que me preguntó si fumaba,

como le dije que no
me pidió el cenicero
que estaba sobre mi mesa.

Se lo alcancé.

De pronto, me contó
que fuma mucho,
que toma
mucho,

que quizás, esté enferma,

lo arrojó así, nomás, como quien dice
"parece que va a llover";

pensé, entonces,
en mis propias cuestiones,

le comenté que soy adicta a los dulces,
tortas y esas cosas,

ella sonrió

y su sonrisa
se fundió con la mía,

el corazón
registró ese momento,
como tantos otros.

Me surgió, no sé por qué un "en definitiva,
somos humanos".

La joven asintió.

Luego se encerró
en su mundo virtual.

Hablaba en voz baja,
mientras no dejaba de fumar;

Quise desearle suerte, que le fuera bien,
¡qué se yo!

¡tan joven!

cuidate,
pude haberle dicho

pero no.

Ella miraba hacia el lado opuesto.

Entonces, pagué
y me levanté de la silla
rápidamente,

me escondí
entre la gente
que no dejaba de pasar y pasar;

de pronto, me hallé en esa antigua librería
esa en la que no se puede ver al vendedor
de tantos libros, ¡muchísimos!;

allí
supongo que me sentí a salvo,

entre volúmenes de todo tipo,
revistas,
nuevos, viejos,

miles de palabras, frases,
leídas o no.

Me sentí parte,

al menos, durante un rato, -tal vez, una hora-,
por eso inexplicablemente mágico
que reina en esos lugares,

las miserias, los temores,
las preocupaciones,

el vacío,

-el de todos, el de la joven,
 el mío-,

quedaron relegados.


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Cristina Del Gaudio

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