No podrán llevárselo todo,
jamás llegarán a aniquilar
esta incipiente ilusión de progreso,
de una buena vida,
una vida digna,
para nosotros,
para los que también lo prefieren así;
sin miedos,
sin monstruos amenazantes,
aquí, allá;
así, intenten, una, otra vez
imponernos
su pensamiento, su accionar
prepotente;
involucrarnos, -sin ser partícipes, claro-,
en la ciénaga de su ambición enfermiza;
que jamás se sacia;
tratarán, claro,
de hacerlo todo
para nublar toda esperanza,
refutar, absolutamente, nuestros sueños,
intentar que se nos olviden;
¡no, no lo conseguirán!
Nuestro espíritu
se sobrepondrá a ellos,
a quien sea,
no importa
si pagaremos
-y muy caro-, por ello;
no importa
si ni siquiera el arte,
nuestra poesía, nuestro canto
alcanza, alcanzaría
para que entendieran,
para que (¡ilusa!)
sus propósitos se revirtieran;
¿el hombre
creado por un dios,
un universo,
destinado a su auto-destrucción?
por mi parte,
seguiré imaginando, planeando,
navegando entre palabras,
sobrevolando esas calles,
-o lo que quede de ellas-,
creyendo posible, ¡muy posible!
un mundo, un país
en verdad, diferente,
en el que se eleven los ideales
en el que no repten por debajo del subsuelo;
en el que se pueda andar,
en paz, libres,
por aquí,
por allá;
decir esto, aquello,
¡gritarlo!
y que nadie, ¡nadie! selle las gargantas,
ni se proponga idiotizar nuestro discernimiento;
que ninguno,
¡ninguno!
siquiera, intente
convertirnos en estiércol;
no somos ni seremos lo bajo, lo vil,
no estamos, no estaremos inmersos
en la mugre de la acumulación,
del olvido de ser lo que somos,
de nuestra naturaleza
en pos
de objetivos
impiadosos, despreciables,
¡deshumanizados!
en los que la vida no entra,
no puede entrar,
ni debería;
¿y si lo hiciera?
si nos rindiéramos,
no dudo en que sería peor,
mucho peor
que la propia muerte.
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