Yo te vi llegar
noche preciosa,
regalo impensado
de un invierno gélido;
noche
tras los últimos destellos
de un sol que se despide,
comenzás a asomarte;
transportás al poeta,
al soñador,
al enamorado
a lugares, instantes,
a los cuales, quizás,
no se atreve,
no desea regresar
pero no puede evitarlo;
o son sus letras,
con su irrefrenable decir,
las que, indómitas,
desprejuiciadas,
insisten en su intento
de expresarlo todo;
también, lo que se vive
ante el increíble cuadro:
esa imponente transición
atardecer-noche;
y de pronto,
todo es oscuro,
¡la noche!
¡aquí, allá,
a sus anchas!
en calles, avenidas, casas,
se encienden miles de luces;
algunos,
la familia de regreso;
otros,
solitarios,
la aguardan
en tanto se dicen: "mañana, tal vez, mañana...";
y ella aparece, infaltable,
cubierta con su majestuoso manto,
cortejada por murmullos misteriosos
que portan, consigo, melodías lejanas;
siempre,
con esa insistencia en regresarnos
lo que hace tiempo quedó atrás;
siempre,
con su halo espléndido
que invita a un nuevo sueño,
a una nueva forma de soñar;
nunca,
las manos vacías,
tiene luna,
planetas lejanos,
tiene estrellas,
tiene enigmas,
tiene paz,
tiene el sosiego,
el reposo, la vigilia,
la promesa, la esperanza
de un próximo día,
de una larga espera
que -según nos anticipa-,
al fin,
concluirá.
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