¡Qué lindo sería:
uno, dos, tres saltos,
atravesar
toda la ciudad
y por allá, del otro lado,
adonde la vista no puede llegar,
tu rostro, tu sonrisa inigualable,
encendidos por este sol, incipiente,
un sol invernal
en retirada!
¡qué lindo,
no tener que explicar,
que no me expliques,
estrecharnos en un abrazo
muy, muy apretado,
del que no pudiéramos, no quisiéramos
separarnos!
qué lindo sería
volver a confiar,
volver a soñar,
a sentir todo aquello,
a vivir esa inmensa locura;
que los miedos,
las inseguridades,
se esfumaran,
que solo quedara
ese extraño, maravilloso
amor,
incomprensible, quizás,
difícil, torpe, complicado,
¡amor como pocos,
como ninguno!
pero hacen falta más de tres saltos,
y así, volara rumbo a tu hemisferio,
llegara, al fin, a tu país adoptivo,
así, encontrara tu casa,
en medio de tantas, tan similares,
no querrías,
no podrías
acceder a ese abrazo,
ni a uno distinto;
no sería ya como aquella vez,
en que libres, sin prejuicios,
sin trabas, sin compromisos
nos abalanzamos
hacia una nueva posibilidad,
sin haberlo, siquiera, imaginado,
mucho menos, planeado;
si pudiera llegar a vos ahora, mañana,
una mujer saldría de una puerta
con una pregunta
-o varias-,
supongo, me quedaría tiesa,
sin saber qué responderle;
seguramente,
estarías por ahí
aunque no dirías ni una sola palabra;
disimularías
el asombro,
probablemente, el miedo;
disimularías ese nudo en el estómago,
en el alma;
tal vez,
para que ella no advirtiera
algún tipo de perturbación
en esa aparente indolencia,
también harías alguna pregunta,
o varias.
Así, tuviera la absoluta certeza de que me encontraría
con la más tangible
nada,
insistiría, ¡insistiría!
en el reencuentro, efímero,
de nuestras miradas;
finalmente,
con esa mullida, ligera sensación
que se da
cuando a pesar de todo, -incluso, de uno-
algo, lo que sea,
se ha intentado,
me iría,
vacías, las manos,
como antes y antes de antes,
de otros sitios.
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