Nadie debería sostener
un dolor semejante,
una espera absurda;
nadie,
bajo ningún concepto,
debería tolerar
lo intolerable,
el más obvio,
profundo,
desprecio,
la nada
en su más oscura, egoísta,
malévola,
expresión;
en el caso
de que esto nos sucediera,
sería imprescindible
hallar, con extrema urgencia,
la senda de regreso
a lo que éramos antes
de "eso"
en que permitimos
que nos convirtieran,
en que nos convertimos,
asintiendo, conveniente,
inconvenientemente;
y darnos cuenta
de lo que hicimos de nosotros,
de que debimos ocuparnos,
escucharnos,
tenernos en cuenta;
no temer, no haber temido
la aceptación de todas esas dudas,
miedos, errores;
cuidar nuestra salud,
nuestra cabeza,
nuestro corazón;
antes
de venirnos abajo,
entender
que sin nosotros,
o con nosotros
pero convertidos
en harapos inútiles,
-aunque útiles
para nuestros verdugos-;
nada,
ni la más miserable dádiva,
nos serviría;
ni promesas sin sustancia,
ni palabras que no tienen respaldo alguno,
ni sentimientos engañosos,
ni excusas
escondidas detrás de esa pulsión
por intentar huírle
a la soledad.
Cuando en la soledad,
tantas, muchas veces,
somos quienes somos,
de verdad,
entendemos, aceptamos,
volvemos a pensarnos,
volvemos a poner las expectativas
en nuestro empeño,
en nuestra fuerza;
-la mente, vaciada de las manipulaciones
de esas enfermas presencias-ausencias-;
entonces, los sueños,
-los nuestros-
se reinstalan,
se potencian,
nos devuelven
esa fe
que en ocasiones, por largo tiempo,
damos por perdida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario