Pasar
atravesando el fuego
y salir ilesos.
O entregarnos a su fuerza destructora,
quemarnos de a poco,
gritar ese padecimiento, insoportable
hasta que nada quede
de nosotros.
Pasar
atravesando el fuego.
Hay días en que se puede,
en que las llamas nos rodean
y sin embargo,
ni una chispa nos alcanza,
apenas, percibimos el calor,
apenas,
el humo ciega, en parte, la mirada,
el pensamiento,
y seguimos.
Pero hay otros días,
en que nosotros mismos
encendemos la llama,
en que nosotros
somos quienes nos arrojamos
a sus garras;
sabiendo que seremos extinguidos,
sabiendo que seremos sufrimiento, llagas,
sabiendo que podríamos no recuperarnos
jamás;
¡que solo la muerte
podría ser el alivio!
hay días
en que parece hallarse el camino
o el no camino
en la huida más peligrosa, fatal,
en la búsqueda, desesperada
de nuestra desaparición.
Todo por no seguir intentando,
todo por no poder más con esa pelea,
todo por sentirnos extenuados,
por haber perdido el sentido,
por haber olvidado el rumbo,
por no poder
cambiarlo.
El temor al cambio,
el temor a comenzar, de nuevo
nos hace cruzar ese fuego,
¿valentía?
al contrario,
la más rastrera cobardía
nos empuja
a incinerarnos junto a este atavío
que ha padecido demasiado,
así fuera
en medio de dolores infinitamente agudos
aunque, quizás, no lo suficiente
comparado con la amarga sensación,
atornillada en nuestra mente,
que nos empuja a pensar,
a sentir,
¡a estar convencidos!
de que hemos perdido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario