El árbol extiende sus brazos,
solo tengo que acercarme;
¿por qué me lo impido?
todo ese verde, intenso, acogedor,
toda esa savia, toda esa vida,
dispuestos a recibir mi abrazo;
y yo,
sentada, temerosa,
mirándolo de lejos;
¿olvidé esa sensación,
olvidé ese latido,
esa comunión?
¿esa necesidad vital
del contacto
con lo que revive,
con lo que salva?
solo puedo decir que aquí me quedo,
-como si algo, un recuerdo, un temor
que creí extinto
me paralizaran-
sentada en la misma mesa
del mismo bar;
escribo sobre el árbol,
escribo sin parar
en lugar de experimentarlo;
¿como siempre?
como en tantas ocasiones,
disimulo entre mis letras
ese llamado urgente,
esa tremenda avidez
por arrojarme
al reencuentro.
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