miércoles, junio 19, 2019

Detrás del vidrio helado

Les dije que volvería
a salir.

Aunque la lluvia purifica
aquellos pensamientos negros
que nos vuelcan a tantos temores,

ese indigerible desasosiego;

la lluvia, blanca,
los recicla,
les quita los residuos,

los viste con ropas nuevas,
los maquilla,

los prepara
para un nuevo estreno.

Hoy, el sol
está a la vista, muy a la vista,

brilla tanto que enceguece,
así, no sea aquel,
el de los días calurosos.

El mismo árbol,
el que mis ojos acosan
día tras día,

-conozco todos sus estados,
todos-

se ve despojado,

en espera,
sin esperar nada,
impasible,
ante el nuevo cambio

que porta el detestado, venerado,
invierno.

Invierno

que nos hace ver
lo que ocultamos, sin darnos cuenta
-o conscientes-

de los otros,

de nosotros.

Invierno:

época de procesos,
de revisiones,
de trabajos, de mentes ocupadas,

espíritus activos,
papeles, pantallas
a llenar y llenar
de sueños,

papeles, pantallas,
repletos de tanto,
-aun si creemos que es nada-;

momentos, lugares, sensaciones
que devuelven a aquella rezagada inspiración,
motor del renovado brillo
de las más variadas artes;

días oscuros, en su mayoría,
de preguntas
sin respuestas,

de inquietud,
apaciguada
pero atenta,

detrás del vidrio helado,
a salvo del estremecedor viento,
suavizado, apenas, por los débiles rayos lumínicos

que de todos modos,
energizan
aun a los más escépticos,

o a los adoradores
del tiempo cálido.

¡El invierno
es fiesta para los hacedores!

ese silencio que se percibe,
los gritos de la calle, atenuados,
ante la prisa por llegar a casa,

o al lugar donde se acuda,
así no se sepa cuál es, ni por qué.

¡Apremia a tantas mentes torturadas
un retorno adonde sea!

para algunos, varios,
es solo y nada más
que una pila de cartones usados,
alguna frazada vieja,

en algún rincón,
en el banco de una plaza,

así,
se los invisibilice,

así,
no haya tiempo
para detenerse,

en el egoísta apuro por alcanzar esto, aquello,
por llegar a un punto,
un auto, una casa, unas personas,

para enseguida, desear escapar
hasta de uno mismo;

imponerse el sueño de acceder a esos "paraísos"
engañosamente, prometedores,

sitios en los que sentirse a salvo (¿?)

sin saber
que la única certeza,

el único lugar donde hallar
el refugio,
la soledad en calma,

no se halla, precisamente,
fuera de nosotros:

ni en ningún hotel
más o menos lujoso,

tampoco, en cualquier paraje,
supongámoslo, solitario,
cercano a algún río, mar;

tampoco lo encontraremos sobre arenas ardientes,
ni en medio de ningún bosque,
ni sobre ninguna cima de ninguna montaña;

El lugar más acogedor
es nuestro hogar,

con sus miedos,
con sus posibilidades,
con su empeño en transformarse,
en rever algunas cuestiones;

ese sitio
se encuentra dentro nuestro;

allí, donde fuimos,
somos,

seremos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cristina Del Gaudio

Seguidores