Me divierte cuando me dicen:
-no te entiendo,
-no me parece que sea así,
o directamente -y sin preámbulos-:
-sos rara, ¿eh?
cualquiera se enfadaría,
respondería con algún epíteto, supongo, denso,
en pos de superar la "afrenta".
En mi caso,
sonrío
o me río
a carcajadas;
y me digo:
-no estoy haciendo las cosas tan mal,
según parece-;
pues, si no me consideraran rara,
si no hallaran en mis pensamientos, en mis escritos,
ideas, asociaciones, contradicciones,
reflejos de algunos comportamientos,
maneras de ver, de sugerir, de mostrar
que no coinciden, o no del todo,
con las de la mayoría:
¿qué sería de mí?
¿debería dedicarme a otra actividad,
renunciar a este juego apasionante del soñar,
del decir, del contar?
tal vez,
si así fuera,
ni lo advertiría,
seguiría al rebaño,
quizás, hasta contenta o conforme,
-que en todo caso, es lo mismo-
pastando de la misma hierba,
bebiendo de la misma fuente,
riendo de y por las mismas cosas,
llorando
-o mejor dicho, no llorando-,
¿cuántos entienden, en verdad,
el por qué de tremendo desborde?
¿cuántos entienden, entenderían,
que no tiene que ver con la cobardía,
que no es algo infantil,
que implica impotencia, en muchos casos,
ante esa combinación extraña
de orgullo y confusión
que se vive, día tras día,
al saberse, creerse, pensarse
distinto,
sin poder evitarlo?
ni hablar luego de oír,leer
tantas falacias,
al respecto;
intentar explicar algo que es inexplicable,
hasta que el hartazgo es tal
que en un momento -determinado o no-,
se opta por el silencio.
Así, el ser, el verdadero,
se encauza,
se empeña en ponerlo todo,
todo, hasta el alma
en el blanco del papel,
de la pantalla,
y que cada uno entienda
como le parece,
saque sus propias conclusiones.
En definitiva, de eso se trata.
El escritor no se apropia de ninguna verdad,
ninguna de esas letras que coloca aquí, allí,
le pertenece,
una vez que las suelta, las muestra,
las entrega;
su realidad, sus propias fantasías
no tienen por qué asemejarse, siquiera,
a las de ninguno.
Quien lee pone las reglas,
quien lee re-enfoca esos renglones a su problemática,
reescribe, reelige, juzga a su antojo;
asume el rol, sin saberlo
-o a conciencia-
del protagonista absoluto
de todos esos planteos,
de las distintas situaciones,
que el autor
expone;
¿quién sabe
-y a nadie importa, en verdad-
de quién se trata, por qué motivo lo hizo,
enfocado en qué problema,
si tiene que ver con algo personal, ajeno,
si es un escrito, digamos,
fantástico?
Por eso,
si esto que aquí les dejo,
o lo que les diré, les ofreceré,
más adelante,
me convierten, me convertirán
en "rara"
¡pues, bienvenido sea, será
el elogio!
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