difícil de costear
para un trabajador;
siempre lo fue,
lo es;
supongo que mi familia
era la más humilde;
entonces no existía la discriminación,
el acoso, la competencia;
nadie me hizo sentir mal,
ni diferente;
nunca me avergonzó
ni mi familia, ni mi casa,
ni mi barrio,
nada.
Veía que mis compañeras vivían de otra manera,
que parecían tenerlo todo;
las visitaba,
conocí sus imponentes hogares,
algunos, les aseguro, mansiones;
yo iba allí, tranquila,
siempre contenta,
siempre
con mi ropa de ninguna marca conocida,
en algunos casos,
cosida por mi madre;
pero nunca me sentí inferior,
nunca, siquiera, me lo planteé;
ninguna de esas cuestiones
nos ocupaba, entonces;
nos divertíamos,
algunas, la mayoría,
hijas de padres adinerados,
casi todos profesionales;
en mi caso,
hija de un empleado y electricista;
mi padre iba a buscarme,
tantas veces,
vestido con su ropa de color marrón,
su ropa de trabajo;
¡y era un orgullo!
una alegría
de verdad,
¡todo lo era!
pasó el tiempo,
mi padre murió, de pronto;
enfermó, lo operaron,
nos lo devolvieron muerto;
nada fue igual;
mi hermano y yo
accedimos a cierta ropa de marca;
no por demostrar nada,
probablemente, por eso de que nunca pudimos
y nuestros trabajos
nos lo permitieron;
pero nada fue igual,
nunca más lo fue;
a mí no me molestaba, en absoluto,
usar esas zapatillas de cuatro tiras,
-hoy dirían "truchas"-;
no éramos tontos,
claro que nos gustaban
las que estaban de moda,
pero sabíamos que no podían comprárnoslas;
aún así, nada de eso impedía que visitáramos esos amplios salones,
esos increíbles jardines
en que todo parecía brillar,
los de nuestros respectivos compañeros
que siempre tenían
todo eso que a nosotros nos faltaba;
insisto:
nunca me avergoncé,
nunca tuve envidia,
ni pretendí ser como ellos,
nunca anhelé sus vidas.
Quizás,
sabía que tenía algo,
un tesoro,
que algún día podría contar
esta y tantas historias,
yo sabía
-sin saberlo-
que lo tenía todo.
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