viernes, junio 21, 2019

La bandera de la no extinción

Alternan
entre lo que tememos
y lo que deseamos tener
o ser,

los sueños
-de dormidos-.

Por suerte
despertamos,
algunos,

a nuevos sueños,

así, sigamos temiendo,
así, sigamos deseando tener
o ser

y solo podamos, solo logremos
obtener una parte, una ración
de cuanto anhelamos;

apenas, seamos lo que deseamos ser,
aunque nunca renunciemos al sostén de nuestras ideas
nuestros pensamientos;

en fin, podemos escoger:

huirle al mundo conocido,
partir hacia horizontes poco conocidos;

volar con la imaginación,
con las alas que nos presta, gozosa,
-si así lo permitimos-;

allí, hallaremos al poeta, al soñador incondicional,
al que nunca renuncia, nunca se aparta de la su empeño
en hallar el ideal,
en sentirse pleno en el estado pleno,

en conjunción perfecta con el universo,
su espíritu, apaciguado aunque encendido,

su inspiración, siempre agitándose en lo alto,
cual bandera en su mástil,

la bandera de los ideales,
de la libertad, de la extensión,
de la no extinción

de aquello que nos aúna
a un todo.

O bien puede continuarse así,

deambulando, cual zombies,
callando lo que tanto nos enciende,
nos quema;

adheridos a propuestas engañosas,
tentadoras, peligrosamente tentadoras

de quienes rechazan o temen
apartar, siquiera por un instante
los pies del suelo;

de quienes esto es todo
no hay nada más por lo cual luchar,

tan solo la supervivencia,
a cualquier precio,

-si no puede pagarse,
existen planes de pago-;

no importa qué pase luego,
no importa si uno tuvo que desdibujarse,
volverse igual a aquellos a los que alguna vez,

criticó

o no entendió,

cuando muy joven,
plagado en un todo, de ilusiones,
sin preocuparse si parecían desvaríos,

inmerso, inconsciente o consciente
en promesas propias,
en sus propios anhelos,

en pensar al mundo
desde una perspectiva tan distinta.

Épocas en que se exaltaban, quizás,
sin saberlo,

los valores
humanos,

se exhalaban deseos
sin postergaciones,

tiempos en que se temía a las máquinas,
a su reemplazo de las manos, de la cabeza
del hombre;

todavía es posible
elegir,

todavía, puede hallarse
una rendija por la cual ingresar,
asomar a esa vida,
la que sabemos, existe;

decir lo que urge decir,
sin temer a ser objetado,
excluido, apartado

¿apartado de quiénes,
de qué?

de los que se aferran
a lo que creen tangible por siempre,

alguien, muchos,
advirtieron, señalaron que de ese modo,
en el afán de sostenerse de la tabla equivocada,

caerán,

en medio de un mar encrespado, furioso,
-aunque no desafiante-,

los horrorizará ver su rostro,
esa expresión, desdibujada,
el semblante anémico,

en el espejo acuoso,

carcomidos por la búsqueda
enfermiza

sin objeto,
sin sentido,
sin méritos,

deshabitados.










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Cristina Del Gaudio

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