sábado, julio 27, 2019

Un cielo que jamás será como ningún otro

Aun, si paralizan
el miedo, la incertidumbre;

aun, si se cree que nada,
en absoluto,
va a resolverse,

ni ahora, ni nunca;

y uno se aferre a esa postura
como a una certeza irrefutable;

aun,

por instinto de supervivencia,
por ganas, por eso de no dejarse vencer,

por orgullo, por ego,
si se prefiere,

se sale,
se surge;

afuera

espera el sol
de un día distinto al de ayer,

un cielo que jamás
será como ninguno que hayamos visto,

árboles
quizás, con ramas más desnudas,

pero muy diferentes

a los de aquel invierno,
a los del invierno anterior a aquel,

al que vendrá;

la maravilla de la vida
no claudica;

ni lo más triste, ni lo más cruel,
ni el dolor más profundo

se experimenta del mismo modo
hoy que ayer;

no se vive este ahora
como dentro de un rato;

porque hay algo en nosotros
que redime,
que impulsa,

a pesar de...

que nos hace preguntarnos
¿por qué no?

en lugar de desechar,
de desistir,
de dar por imposible.

Siempre es posible,
todo lo es

mientras nuestros ojos
se abran a una nueva mañana,
sea resplandeciente,
sea gris, neblinosa,

mientras nuestra cabeza
no pueda detener tantas ideas,

mientras los sueños,
así, nos empeñemos en refutarlos,

insistan,
¡nos imploren!

nos recuerden
el motivo,

nos devuelvan
el propósito;

nos reconcilien
con ese ocasional,
-o no tanto-,

pensamiento recurrente
que arroja a la renuncia,

a no volver a intentarlo,
a abandonar, de una vez por todas
ese reiterativo comienzo desde cero.

Si le hiciéramos caso,

solo nos restaría entregar las armas,
abandonar el combate,

sentarnos a esperar
el final;

desalojada, toda perspectiva,

con esa mirada hueca

que dejaría de ver.









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Cristina Del Gaudio

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