Cierto día, encontré en sus ojos
lo que nunca había hallado
en los míos;
su risa logró atravesar mis lágrimas;
me sentí mujer,
atrevida e inocente
al mismo tiempo;
sus manos, sus dedos,
moldearon mis formas;
me convertí en lo que nunca había sido,
en lo que ni siquiera había imaginado;
ese día y muchos más,
fui, al parecer, su tesoro tan preciado,
su proyecto cumplido;
a tal punto
que llegué a sentirme atrapada,
entre sus brazos que ya se me figuraban como garras,
insistentes, obsesivas;
esa apremiante demanda de sexo,
su respiración, agitada,
resoplando en mis oídos;
palabras, repetidas y repetidas,
demasiados besos, miles de caricias,
¡ufff, tanto más de tanto!;
en fin, esa experiencia se tradujo
en una sensación espantosa de pánico:
sentía que mi esencia,
lo que quedaba de ella,
agonizaban.
¡yo quería escribir!
¡yo necesitaba escribir!
pero no sobre esa historia
o sí, pero desde otra perspectiva;
planeaba delinear otros universos;
habitar, de algún modo,
otros sitios,
otros amores;
quería soñar,
insistir en mi propio sueño,
más allá de esas paredes,
más allá de esa cama;
quería volar
volar de allí,
lo antes posible,
aun, sin tener idea de lo que haría,
de cómo ni cuándo sería el recomienzo;
Finalmente,
pude escapar de aquello.
El papel, esperándome.
Me lo pide todo
y lo tiene;
luego, cual aquel amante, insaciable,
insiste, demanda,
¡asfixia!
la hoja en blanco,
las palabras, atropellándose,
corroen y corroen
la sangre, el pensamiento;
"más, más", repiten dentro de mi cabeza;
los dedos se apuran,
la tinta
o las teclas,
no parecen ser suficientes
para saciar
tremenda demanda;
y ese susurro atronador:
"más, más..."
habita en mí todo el tiempo;
cual espíritu siniestro,
insiste, perturba, tienta:
"más, más, ¡mucho más!"
¡esa voz infernal!
la urgencia,
la insatisfacción,
la impotencia,
hoy, ahora, en un rato,
esta misma noche,
mañana,
cada día,
hasta el último.
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