No sabía cuánto tiempo
había pasado
desde que le dijo
que aguardara allí,
muy cerca
y muy lejos,
ahí mismo,
quieta,
en el jardín,
siempre
detrás de la puerta.
Ella nunca se había guiado
por relojes ni calendarios,
vivía en una especie de continuidad temporal,
sin advertirlo, siquiera;
poseía, en sí misma,
esa alegría de vivir
que pocos entienden
porque muchos consideran
que se necesitan grandes cosas,
amores, objetos materiales, conocimiento.
Ella era feliz
solo con esperarlo;
¡él se lo había prometido,
el momento tan ansiado
llegaría!
-¡Falta menos!,
pensaba, día tras día
la joven,
de modo que el tiempo
transcurriera más rápido;
la sostenía
ese sueño,
su único equipaje,
su móvil,
su mayor deseo,
¿su objetivo?
quizás;
ella
nunca se había propuesto metas,
no aspiraba a nada a corto plazo,
aunque ya se había hecho
un poco larga la espera, pero...
Ellos, los otros,
salían, entraban,
¿es que no la habían visto nunca?
¿se había vuelto, acaso, invisible?
él,
apenas un guiño,
-cuando no la evitaba-
y las mismas dos palabras: -seguí esperando;
o tal vez, dos más:
-falta poco.
Ella creía conocer a esos niños,
sabía de sus movimientos, de sus actividades,
eso la entretenía:
los caprichos de la más chica,
la bondad, la dulzura del más grande.
Y su madre
los acompañaba, los retaba,
les alcanzaba lo que se olvidaban,
¡hablaban sobre tantas cuestiones!
ella solo podía oírlos
cuando conversaban
por ese sitio,
en la entrada,
cerca de donde estaba apostada
desde hacía..¿?
como suele ocurrir,
llegado el momento,
todo se volvió invierno.
De pronto, la nieve comenzó a caer
sobre su cabeza,
enseguida, se deslizaba por su vestimenta,
liviana, inapropiada;
él salió.
No ese día,
sino el siguiente.
Ella se veía lívida,
cubierta con una capa de hielo,
de tan rígida, seguía de pie,
en el mismo sitio.
Él no entendía,
como nunca entendió,
-ni lo intentó, siquiera-,
eso que pasaba o no pasaba
o pasaría
con respecto a ella;
¡Justo estaba a punto de alcanzarle un plato de sopa
un abrigo!
la sacudió, con fuerza:
-¡vamos, vamos,
no es para tanto!,
te traje estas cosas,
si querés, te presto la bufanda...
entretanto, pasaron ellos.
Lo saludaron con la mano.
Ninguno vio nada.
Subieron al automóvil
y partieron,
como si se tratara de un día cualquiera.
Ella no reaccionó.
-Queda claro que la inútil espera
había acabado-.
En fin,
resultó que el tipo en cuestión llamó a una ambulancia,
¿cómo le explicaría o qué le explicaría?
Llegó un médico y se enojó muchísimo:
-¿usted me está tomando el pelo?
aquí no hay nadie...¡nadie!
Ese hombre, esperado, durante meses, en vano,
no podía creerlo.
En ese sitio, el mismo en el que ella
había estado, todo ese tiempo,
no existía el menor indicio,
ni huellas, ni perfume,
nada que indicara la extenuante presencia-ausencia
de tan paciente mujer.
Pidió disculpas al facultativo,
quien se retiró maldiciéndolo.
Entró en la casa,
encendió la computadora
y buscó su página.
Allí estaba ella,
riendo pero inmóvil,
-así se ve la gente en las fotografías, claro-;
con esos pómulos, siempre encendidos,
con esa mirada pícara
que a él tanto le gustaba,
¡y esos labios!
él sonrió.
Cerró la página,
o la que era su página
y comenzó a buscar:
enseguida, halló otro nombre,
otra fisonomía, otra sonrisa,
otras expresiones, otra mirada:
-¡hola, ¿te acordás de mí?
fue así que dio inicio
a una nueva historia.
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