a nadie importa
si dolió
aquello;
si esas palabras quedaron en tu mente,
doblegaron tu espíritu.
No.
A nadie.
Ni esa vez, ni ahora,
ni más tarde, ni otro día;
ninguno notó ni va a notar
el lazo estrangulando tu garganta,
el grito que no se oye
atrapado detrás de los ojos;
ese dolor, el de siempre
que sonreís por la calle;
solo los árboles, sus hojas,
sus frutos,
con su vivir, contagioso,
pueden absorber, sin proponérselo,
una antigua, persistente, abstinencia;
contener en su regazo
tanta amargura
proveniente de tiempos pretéritos,
disimulada delante de todos,
también de vos.
Desconocedora, por completo,
de su gran incidencia
en el retorno de esa auténtica sonrisa,
-limpia,
despojada, al fin,
de aquel agobiante penar-,
la labor incesante,
desinteresada,
de la naturaleza,
no se detendrá.
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