miércoles, julio 24, 2019

Insustituible

No tenía nada que ofrecerle,
-le dijo-.

Ella
no entendió,
no en ese momento;

ella
solo quería amor, su amor,

quería más de esos instantes fabulosos,
de esos besos, incomparables,
de esos detalles que hacían vibrar

a sus ojos, a su alma,
a su piel,

de ese modo único,
indefinible;

sensaciones, emociones
que nunca antes
había, ni siquiera, soñado;

ella se sentía especial
aferrada a su espalda,
entre sus brazos,
al deslizarse por todo su cuerpo;

él la hacía creerse
no solo bella,
sino la mejor de todas,

insustituible.

Le repetía, siempre,
que no podía creer
en que ella hubiera, siquiera,
reparado en él;

sin embargo...

ese día
él decidió que no podía,
o no quería,
o se había aburrido,
o estaba interesado en otra.

En uno u otro caso,
le dijo que no podía ofrecerle nada,
-y tenía razón-.

Ella se vistió,
con rapidez
y lágrimas,

buscó y buscó, ávida,
sus ojos,
aquella mirada,

pero no pudo hallarla;

no hubo beso de despedida,
no hubo nada,

nada, ¡nada!

¡ni siquiera una explicación,
una disculpa,
alguna maldita palabra!

ella tampoco habló,

no podía respirar,
la tristeza apretaba su garganta.

Y salió a la calle,
por donde siempre
salía

-pero junto a él-.

Llegó al umbral de entrada:
él no la había seguido,

no como antes,
no como siempre;

la puerta quedó entreabierta,

ni ella, ni él
la habían cerrado;

como si ambos, -o quizás, solo ella-,
hubieran planeado que ese desesperado silencio

fuera mucho más silencioso,

mucho más desesperado.


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Cristina Del Gaudio

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