Gozo
ante esos decires silenciosos
de ciertas mañanas.
Cuando todos o casi todos
parecen no estar;
cuando cesan los incesantes bocinazos,
los gritos,
los tantísimos ruidos
tantas veces, innecesarios.
Es en estas mañanas
en que da la impresión
de que un ser alado
hubiera desplegado,
un volátil
manto de paz;
¡oh, extraña, extrañada
paz!
caminar por donde sea
sin reparos,
sin cuidarse,
sin recordar que el peligro
puede estar cerca, muy cerca.
En las mañanas,
cuando apenas sale el sol,
-si le toca hacerlo ese día-,
o si las nubes
arropan el cielo por completo,
me siento, se siente uno
aún más vivo;
se aquieta la mente,
se despabila el espíritu.
Puedo pensar,
puedo alinear ideas,
la imaginación
renace,
como si se mantuviera intacta,
como si nunca hubiera intervenido
en estos, tantos,
procesos.
Las mañanas grises,
como la de hoy,
disimulan, -así, uno no lo olvide-
los tantos resentimientos,
las peleas, las rivalidades,
¡el miedo a perder!
¿la vida, la dignidad, la honradez?
no.
El miedo a perder
lo que hoy o desde hace tiempo
se considera lo más valioso
además del dinero:
el poder, el control sobre los demás,
sentirse el amo por un tiempo,
por un periodo, por un rato;
¿quién le dijo al hombre,
quién, quiénes, cuántos
le hicieron creer, a uno, al otro
que de ese modo
se es grande,
se es más fuerte,
que el poder sobre los demás,
que el uso desmedido de ese poder
justifica cualquier decisión,
le otorga impunidad
para toda clase de injusticias,
engaños,
abusos de cualquier índole, adiestramiento,
esclavización de personas
en pos de su propio beneficio?
ese poder, ese supuesto poder
no lo eleva, no lo enaltece,
así se considere el líder,
el que todo lo puede.
Ese poder, supuesto poder,
no hace más que dejarlo solo,
enfermarlo,
hasta aniquilarlo
por completo;
solo un alma pura,
plena de amor, de luz,
un alma
dispuesta a entregarse, de lleno,
sin pensar,
sin medir ni calcular,
sin esa búsqueda enfermiza
de dominio;
solo alguien
dispuesto a amar,
con todo lo que esa palabra abarca;
a aceptar al otro,
a verlo, siempre, en cualquier circunstancia,
como a su igual,
es realmente libre.
¡Y puede, en verdad puede
respirar!
en fin, resulta que estas mañanas
me recuerdan a ese tiempo,
en que no había nada que demostrar,
ni mostrar, ni simular;
mañanas de desayunos compartidos,
de risas, de abrazos, de buenos deseos,
mañanas de ganas,
¡de renovado ímpetu!
mañanas
de salir a nuestras labores
cantando,
por alguna razón,
por ninguna;
cantando,
siquiera, por dentro,
cuando el espíritu
prevalecía,
sobre todo, todo
lo que no aporta nada,
lo que corroe,
poco a poco
el existir.
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