La misma persona.
Para unos,
la mejor que conocieron;
para otros,
la peor con la que pudieron encontrarse:
mala suerte,
daño, castigo,
tortura
haberse topado
con ese ser.
¡Increíble!
la posibilidad
de que aniden
dos, más personas,
personalidades
en un ser ¿humano?
que alguien sea capaz
de embellecer, engrandecer,
sumar
en la vida de unos,
al mismo tiempo
que perjudica, lastima,
ensucia, denigra
de la manera
menos pensada,
la existencia
de cualquier otro, otra,
de varios, inclusive;
¿será condición natural,
inexorable?
¿será esa naturaleza depredadora
de la que tanto hablan
sobre la que tanto se lee?
¿es posible que anide
detrás de una aparente bella, franca sonrisa,
de la exhibición de grandes gestos, actos,
uno de los especímenes más despiadados
entre los mortales?
asusta pensar
en ello.
¡ Cuántas veces
una imagen engaña,
alguna que otra palabra,
una voz, al parecer,
amiga,
acariciante,
que anima,
conforta,
reconcilia
con esos arduos debates interiores!
¿como entender, aceptar
que al mismo tiempo
esa misma voz,
quizás, con un timbre, un tono diferente,
es la que aplasta, insiste en aniquilar
los sueños, las ilusiones,
la voluntad,
arrojando a otras tantas almas
a la más profunda desazón,
incluso,
a la idea de renunciar a todo?
esto no significa
que se ande por acá o por allá
desconfiando,
atemorizados
de todo, de todos
los que se nos crucen;
claro que en el camino,
en el largo o menos largo camino
que nos toca, que elegimos
transcurrir
pueden presentarse
estos ¿cómo llamarlos?
¿ambiguos?
seres confundidos,
con dos personalidades,
con muy bien ocultos dobleces,
oscuridades insondables,
perfectamente disimuladas,
salvo con quienes
escogen como a sus
¿víctimas?
Y viven o algo así,
años, muchos años,
con sus caretas tan bien colocadas,
adheridas, con firmeza
siendo adorados
u odiados, temidos,
alternativamente,
según sea el lado,
la faz, el rol
que adopten.
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