Es raro
esto de no sentir
más que algún resto,
pobre, paupérrimo
de pena,
cierta desazón,
un recuerdo, descolgado,
que no llegó a consumirse en el incendio;
recuerdo que apenas, se distingue,
apenas, se lee,
diluido en tantas lágrimas,
humedad,
y demasiados años;
es raro
levantarse
y no correr, desesperada,
en busca de mensajes,
en busca de la palabra que levante el día;
palabra, palabras
que hoy me ofrezco a mí misma,
les ofrezco a otros, a todos
ya no las desperdicio
en la exaltación, inútil, de absurdos,
inexistentes vínculos
idealizados en momentos
de soledad, parálisis emocional,
falta de incentivos,
¿quién sabe?
es raro
no estar muriendo
de amor,
o desamor
ni por el supuesto deseo de vivir un nuevo amor,
así, no sea similar,
así, nada tenga que ver
con aquello, lo que haya sido
o no;
es raro
pero es mucho mejor,
mucho mejor
que andar provocando lástima,
por todas partes,
buscando un consuelo,
una explicación,
un aliciente
que jamás sirven
de nada,
por el contrario;
ese consuelo,
antes bien, ese motor, ese impulso
no está, ni estará en nadie,
tampoco en los seres que amamos,
nos aman;
esas ganas
de recordar, de saber
quién se es,
qué se desea,
qué se necesita
está siempre,
¡siempre!
-así, no sepamos hallarlo-,
en nosotros.
Y una vez recuperadas,
la dicha de estar vivos,
las ganas de ser lo que siempre fuimos
o no,
el reencuentro
con aquel,
el antiguo -o no tanto-, deseo
por largo tiempo
desplazado, casi abandonado,
resurgirá;
nos abrazará, fuerte,
¡tan, tan fuerte!
superará, sin lugar a dudas,
a cualquier abrazo
provenga de quien,
de donde
provenga.
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