No es preciso
ver el pájaro,
el árbol verde,
ni el amarillo
que aún sostiene
algunas de sus hojas otoñales;
no es necesario
que estén aquí,
ni a unos metros;
nuestro espíritu
trasciende distancias,
obstáculos, lejanías,
todo lo ve,
lo sabe, lo comprende;
señor de lo intangible,
rey de los considerados imposibles,
de los sueños impalpables,
de lo inasible,
vaga de aquí hacia allá,
nunca se detiene,
también y mucho más
mientras dormimos,
al mismo tiempo que reales o supuestos problemas
nos acosan,
nos lastiman,
nos enferman,
nos restan vida.
No existe nada
que el espíritu,
que un espíritu sólido,
no pueda enfrentar,
que no esté a su alcance;
no existen límites,
ni distracciones, ni vanidades,
ni competencias leales, desleales,
no necesita excusarse,
ni escudarse,
no teme a nada,
a nadie.
El espíritu,
cuando se torna poderoso,
indomable,
alcanza niveles
insospechados;
donde las dudas, las incertidumbres
pierden importancia, se disipan,
todo parece alinearse
en pos de nuestros anhelos;
así, nuestro ser empuja, enciende, eleva hacia lo alto
nuestros más fervorosos deseos,
muy alejados, por cierto, de lo que suponemos;
se relativizan las mezquindades
de esta efímera vida terrenal,
resulta, entonces,
que se reubica la mirada
en pos de un nuevo -o desconocido,
hasta el momento-
universo;
en el que todo es uno,
todos somos lo mismo,
se extinguen las rivalidades,
pierde sentido todo acto de violencia;
pues las almas,
en una conjunción perfecta,
son, viven, libres
lejos, muy lejos
de las"humanas"
miserias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario