Cuando miro hacia afuera
pienso,
viajo,
veo
más allá
del simple balcón,
atendido por sus dueños;
veo el horizonte, detrás,
veo un bosque en el árbol
entre tanta rutina,
tanto andar repetitivo;
tantas palabras
que no dicen,
que no quieren decir,
¡que no intentan decir!
cuando miro hacia adentro,
también veo algo más
que ese pesar añejo,
pegajoso, insalubre,
que cuesta arrancar de raíz
sin que sangre,
me desangre;
veo mucho más
que alguien que cree
que no puede más;
veo mi alma, su alma,
otras almas,
veo, escucho
una voz, voces que gritan,
que me gritan,
voces que claman:
nadie, nada va a callarte,
nadie, nada va a callarnos,
la mente, el alma, insisten,
-creo que algo de esto entienden-;
nadie, nada va a callarnos,
me digo, les digo,
como si lo recitara
frente a una multitud,
frente al mismo espejo,
que me enfrentó
a ese incesante, agotador,
inservible,
ataque a mis defensas,
el que me devuelve,
-el que no cesa en ese intento-
el impulso,
el motivo,
la necesidad
de continuar;
el que me arroja hacia esas letras
que dejé olvidadas
por suerte,
recuerdo
en qué sitio.
Y si un día lo olvido,
sé bien que nuevas líneas
acudirán,
en un increíble,
refrescante,
rebrote.
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